GUILMA
Mi caro amigo me lo dijo hoy todo,
Su amor, tu amor, lo que llamáis así;
Lo sufrí todo con paciencia. —El modo
De referírmelo él, me hizo rugir.
Soy un niño, él un hombre. —¿Qué derecho
Tengo yo a ti? —Ninguno. —Puedes tú
Disponer a tu arbitrio de tu pecho;
No me debes amor ni gratitud.
Pero que ignore un hombre y sepa un niño
Lo que tú vales; que ciñendo al fin
La diadema imperial de tu cariño,
Como de cualquier cosa hable de ti;
Que no muera de júbilo, que un bulto
Seas para él que un mercader compró:
He aquí mi engaño, el insufrible insulto
Que él hace a ti y a mí, y al mismo Dios.
Allí no hay corazón. ¿Con qué te paga
La fe, la vida, el alma que le das?
¿Qué quedará cuando el fervor se apaga
Si no hay pasión hoy mismo al empezar?
Donde imagines que tu dicha empieza
Empezará tu muerte. ¿Ansiabas tú
La libertad? —Rendiste la cabeza
A la más degradante esclavitud.
¿Sabes tú lo que has hecho? o ¿por ventura
El engañado seré yo? y ¿detrás
Del colmo sin igual de tu hermosura
Habrá tan sólo una mujer vulgar?
¡Ah! Si yo te forjé, ¡benditos sean
Los que mi encanto me devuelven hoy!
E imbéciles los míseros que crean
Que hermosura o sonrisa es corazón!
Bogotá, diciembre 11: 1852.
Rafael Pombo