EN UNA CARTERA
Me exiges un recuerdo, y con recuerdos
Voy a llenar tu página preciosa;
Dulce deber, promesa deliciosa,
Porque ellos gratos para mi alma son.
Porque es muy grato en el presente odioso
Que anublan los primeros desengaños,
Darle expansión por los pasados años,
Cielo sin mancha, edad de bendición.
Ambos la dimos el adiós eterno
Que labio alguno a detener no alcanza;
¿Mas en ti lo hizo dulce la esperanza.
Cuando a mí me tocó... desesperar?
Al trasponer de la niñez las puertas
Del hombre el porvenir juega el destino,
Y de allí cada cual toma el camino
Que marcó el dado en el tremendo azar.
Fue tu senda un jardín: Dios no consienta
¡Ay! que te oculten áspides sus flores,
Pero tú sólo ves risas y amores,
Y es harta dicha esa visión no más.
Mi senda fue bien triste, y pues debemos
En diferente dirección lanzarnos,
¡Démonos una prenda al separarnos,
Siquiera una mirada para atrás!
Veíate ayer cual tímida paloma
Que vuela en torno al nido regalado:
Ahora ante mis ojos te has alzado
Águila emperatriz de la extensión;
Tal vez tus impresiones de la infancia
Volaron como nieblas de tu aurora,
Mas yo... no al niño desconozco ahora;
Y hombre, acepto del niño el corazón.
No volverán los juegos infantiles
Que entonces enlazaban nuestros brazos,
Pero esos dulces, inocentes lazos,
La más dulce amistad dejan en pos.
Entonces sin saberlo te
quería.
Hoy, con igual pureza sé
quererte;
Pero entonces mi suerte era tu suerte,
Y hoy ¡cuánto media entre nosotros dos!
Eres mujer, soy hombre: mira el hielo
Del primer desengaño en mi pupila,
Si algo me inquieta lo verás tranquila,
Mas su luz, la del sol de invierno es.
El fuego que en tus órbitas chispea
Es el del sol que en primavera asoma,
Y aún tus ojos envuélvelos, paloma,
El velo de candor de la niñez.
Cuando una nube de borrasca vean
Sobre tu sien cernerse funeraria,
Entonces con tristeza involuntaria
Tornarán a mirar lo que pasó.
Comprenderás entonces lo que piensas
Ahora comprender—esto que digo;
Entonces pensarás en el amigo,
Ya náufrago tal vez, que lo escribió.
Tú amarás, que esa edad, si no se ama,
Es como hoguera sin calor, sin fuego,
Es planta generosa sin el riego
Que torna en mal sus gérmenes de bien.
Mas no seas tú cordero que se ofrece,
Creyendo ir al festín, al sacrificio:
¡No! Dios es justo —ha de velar propicio
Al serafín más digno de su Edén.
Cual con la nave sin timón, sin velas
Juega tremendo el piélago iracundo.
Así, virgen querida, juega el mundo
Pérfido y sin piedad con la mujer.
Eres bella: el dragón de la tormenta
Siempre tu barco seguirá anhelante,
Siempre en ti fijo el ojo amenazante,
Pronta la garra sobre ti a caer.
¿Y qué harás? Di. —¿Llorar?—Dudo que
llores
¡Infeliz! ya no más te perteneces;
El llanto de la hermosa es muchas veces
La postrera palabra del deber.
¿Invocarás tu fe? —Ciertas plegarias
Son la consagración del sacrificio,
Y entonces la conciencia es un suplicio
Y la razón no quiere convencer.
¡Pobre mi dulce amiga! tú no sabes
Cuánto es de peligrosa la ventura;
No sabes lo que cuesta la hermosura
En donde hay más que juicio, ¡corazón!
Mas bendice tu suerte, que aun pudiera
Más desgraciada ser, como es la mía,
Cuyo funesto enigma te diría
Si no fuera un dolor ia compasión.
Pero no quiera Dios que mis palabras
Empanen tu sonrisa placentera,
Cuando yo el ángel de tu guarda fuera
Si ángel un vil mortal pudiera ser.
Olvídame por hoy: mas cuando venga
El infortunio a batallar contigo,
Recuerda, sí, que tienes un amigo
Que a la hora del dolor sabe volver.
Bogotá, abril 11: 1852.
Rafael Pombo