LA MUJER Y LA MÚSICA
FRAGMENTO
Nadie cual la mujer cultivar debe
E1 arte de la música divino,
Porque es igual de entrambas el destino
E hijas de la armonía entrambas son;
Y la mujer que esquiva engalanarse
Con ese don, es fuente sin murmullo,
Es el ave sin canto y sin arrullo
Que a los ojos no más hace impresión.
¿Y quién dirá, de ese arte prodigioso
De mover la pasión por los oídos,
La magia, los tesoros escondidos
Que al genio el instrumento reveló?
Amansa el corazón, no hay una fibra
Que su poder eléctrico no pruebe:
Idioma siempre nuevo, que conmueve
Cual otro idioma nunca conmovió.
En vano intenta en su delirio el vate
Expresar con palabras lo que siente,
Esclava de una lengua deficiente
Es el alma que anhela traducir;
Mas si acaso la música le presta
Su opulento raudal de melodía,
Difunde una celeste poesía
Que no es dado explicar sino sentir.
Pero no basta el genio si el estudio
Su raudo vuelo a dirigir no viene:
El talento en el arte se sostiene
Y se hermanan los dos para avanzar.
Esa es la vela que del genio al soplo
Nos franquea otro incógnito oceano,
Punto de apoyo sobre el aire vano
Que el mundo del sentir permite alzar.
¡Cuántas veces el alma comprimida
En lentísimas horas de amargura
Hallar en vano en derredor procura
Algo que ablande el aguijón del mal;
Mas diestro tañedor tal vez preludia
Simple, armónica voz; o la escuchamos
De aquellos labios en que amor libamos,
Oráculo de dicha terrenal:
¡Y eso bastó, y al punto se distrajo,
Seducido también, nuestro enemigo:
Bendita facultad, recurso amigo
Que la música brinda a la mujer!
Poderes, ¡ay! que uniéndose en el canto,
Comunicándose alma y sentimiento,
Consagran, divinizan un lamento,
Y hacen llorar a un grito de placer.
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Sí, cuando ya —que no ha de ser muy tarde—
Mi cuerpo al peso del dolor sucumba,
Yo quiero oír al borde de mi tumba
De una mujer amada, una canción.
¡Con qué inmensa emoción voluptuosa
Veré cerrar las puertas de la vida!
¡Qué dulce así será mi despedida!
¡Qué puro callará mi corazón!
Bogotá, octubre 29: 1852.
Rafael Pombo