LOS RELOJES
Hay individuos excelentes,
Que nunca dieron a las gentes
La menor cosa que decir,
Y que al Edén de los creyentes
En cuerpo y alma podrán ir;
Pero que en toda su ensalada
De tanta insigne cualidad,
Tienen en contra una nonada,
Y es, que no sirven para nada
Y son completa nulidad.
Se les tributa amor, respeto
Y una atención particular,
Mas todos guardan el secreto
De que con tal o cual sujeto
Nunca jamás hay que contar.
Cuando una perla calabaza
De esas de que hablo encuentro yo,
Recuerdo al punto la trapaza
De que fui presa en esta plaza
Haciendo compra de un reló.
Sabiendo yo que en tal materia
No debe andarse con miseria.
Pues sólo es bueno lo mejor,
Dije al joyero con voz seria
«Deme una cosa superior».
Al punto French, Breguet, Losada
Y toda muestra celebrada.
Se desplegaron frente a mí,
Y yo una inglesa preferí,
Pues viejo y sólido me agrada.
Mas el joyero no aprobó
Esa elección: «Señor, me dijo,
Aunque eso es bueno, quiero yo
Mostrarle cuál yo mismo elijo
Entre los muchos que usted vio».
Y érase el otro ciertamente
Rico, de fábrica eminente
Y digno en todo, hasta de un lord,
Y aunque costaba doblemente
Pagué con gusto su valor.
Después le vine a descubrir
Un defectillo: que jamás
Daba la hora sin mentir.
Siempre el maldito había de ir
Muy adelante o muy atrás.
Cada noche, cada mañana,
Siempre que oía la campana
Del reloj por el cual me guío,
Ya era de regla hacerle al mío
Una corrección gregoriana.
Por lo demás, el artefacto
Era un tesoro, admiración
De mil y mil; pero en el acto
Que preguntaban «¿Qué horas son?»
Yo me quedaba estupefacto.
Lo mismo pasa con el hombre:
El que no llena su deber
Y no es puntual, por mas que asombre,
De caballero pierde el nombre
Y es una maula dondequier.
Es el corcel de aquel guerrero
Del Ariosto: uno que está
Perfecto, entero y verdadero,
Pero que tiene cierto pero,
Haberse muerto y no andar ya.
Rafael Pombo