LOS DOS REMEROS
I
De la orilla floreciente
De la alegre juventud,
Bajo un cielo azul, sereno,
Sobre un río manso, azul,
Una barca se desprende,
Cual la nota de un laúd,
Con dos jóvenes remeros
Y una vela en una cruz.
Coronados van de flores,
Frescas, vírgenes aún;
Cariñosos los amigos
Les dirigen tierno agur;
Y en su barca los regala
Con etérea pulcritud
De seráficos deleites
Suavísimo ambigú,
El banquete de dos almas
Que en nupcial beatitud
Forman juntas una vida,
Y una llama y una luz.
Acarícianse imanados,
Cual la rosa y el bulbul,
Y hechos uno, sus dos nombres
Se convierten en un tú.
Van mirándose y remando
Con acorde tan común,
Cual dos bocas que se besan,
Cual la dicha y la virtud;
Y tan muellemente avanzan
De auras y olas al runrún,
Que parecen, barca y bogas
En estática quietud.
Dicen siglos de contento
Sus miradas, y ese agur
Lo confirma un casto abrazo
A la sombra de esa cruz,
Santo mástil que del viaje
Garantiza el serio albur
Mientras remen tan acordes
Cual la dicha y la virtud,
Y que anuncia el puerto eterno
Donde irán, juntos aún,
Transbordados por la muerte
A otra barca, el ataúd.
II
Ella calla, y él no entiende
Su silencio de mujer;
Él se agravia, y en su agravio
Tampoco ella su amor ve.
Y ella aparta dél los ojos
Para no dejarle ver
Una lágrima que asoma,
Que aunque es llanto, de amor es.
Y esa angélica vergüenza
De su iluso azar primer
El traduce por desprecio
Y devuelve con rudez.
El amor —mayor que nunca—
Enmascárase cruel,
La sonrisa torna en risa,
Y el sabroso tú en usted.
Ella canta un aire al aire
Por no cantárselo a él,
Y acaricia a un pececillo
Por no ser su amado el pez;
Y festivo el aire entonces
Suelta un rizo de su sien,
Y en su mano el pez goloso
Busca alegre blanda red.
Y él la insulta, y en su orgullo
Ájalo ella con sus pies,
Y él reniega de aquel día,
Y ella gime por ayer,
Y se apartan cuando el alma
Un abrazo implora fiel,
Y no se hablan, cuando entrambos
Corazones claman ¡ven!
Y ambos rostros son de hielo
Cuando el río, todo él,
No pudiera con sus aguas
Apagar su amante arder.
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Ya no reman cual remaban
Tan acordes y tan bien,
Y en lugar de adivinarse
Obediente su querer,
Basta que ella vire al Norte
Para que él al Sur bordee,
Y en queriendo algo al derecho
Él prefiérelo al revés.
Ella, que antes hizo a bordo
Mesa, fuego, altar, vergel;
Ella, fiesta permanente,
Sol constante de placer,
Ya descuida esos amores
En que un solo amor se ve,
Y a la par también descuida
Su timón el timonel.
Ni ella pule ufana y cándida
Para el dulce solo bien
Aquel rostro, espejo diáfano,
Do él pulíase a su vez.
Y hasta un tierno pajarillo,
Embeleso della y dél
Que envió el cielo cual paloma
De su arca y de su fe,
Hoy sin mimos ni cuidados
Pía en vano de hambre y sed,
Y ha olvidado sus dos nombres
Que cantaba ufano ayer.
Ella sufre horrendas penas
En colérica mudez,
Sin contarlas al que sabe
Convertirlas en placer;
Y él, adusto timonero,
Cual soldado sin su pre,
Trabajando y detestando
Su antes plácido deber,
Hoy no acude a quien de rosas
Coronábalo y laurel,
Transformando en paraíso
El Sahara de su sien,
A esa fuente milagrosa
Más sabrosa que la miel,
Que doblaba caída día
Su energía y su poder.
Así dos que se aman, se odian
Sin saber ni haber porqué,
Y sus lazos son cilicios
Y un infierno atroz su edén.
Y pues reman sin concierto.
Más discordes cada vez,
La barquilla no adelanta,
O anda loca, de través,
Y arreciando a cada golpe
Su fatídico vaivén,
Al fin vuélvese, y sepúltase
Uno y otro Lucifer;
Y el cuitado pichoncillo
(¡Se olvidaron, monstruos, dél!)
Va flotando a la ventura
Sin la estrella de Moisés.
Aún asoma en aquel punto
La cruz santa, el mástil fiel.
Avisando que hay peligro
Y diciendo al que la ve:
«No deis remo al amor propio,
Que es pueril insensatez.
Todos llegan a buen puerto
Con amor, paciencia y fe».
Rafael Pombo