EL HERRERO DEL PUEBLO
(traducción de Henry Wadsworth Longfellow).
Bajo un castaño extendido
La fragua enseñan del pueblo;
Y es el herrero unhombrón
De unas manos que dan miedo,
Anchos brazos, musculados
Como con zunchos de acero,
Negro el cabello y greñudo
Rostro, de curtido, prieto;
Ganando bien cuanto cae,
Sudando como un caldero,
Mira a todos a la cara
Porque a nadie debe medio.
De seis a seis, día tras día,
Sus fuelles oirás rugiendo
Y del pesado martillo
El golpe igual, firme y recio
Como aquellos con que anuncia
La oración el campanero.
Cuando de la escuela salen
Páranse allí los chicuelos
Por ver la flamante fragua
Y oír el soplar violento,
Y atajar el vivo chorro
De chispas que lanza el hierro.
Seguro el domingo en misa.
Sus hijos siéntanlo en medio,
Y oye al Cura predicar,
Y acompáñalo en su rezo,
Y al cantar su hija en el coro
Brilla en su rostro el contento.
¡La misma voz de la madre!
Imagina estarla oyendo.
Cantando en el Paraíso,
A donde ya tendió el vuelo...
Y su áspera mano enjuga
Sus ojos a este recuerdo.
Así avanza en su ardua vida,
—Marcha de afán, gusto y duelo.
Cada sol empezando algo,
Cada tarde cocluyéndolo.
Ganando así cada día
De su noche el pan y el sueño.
¡Gracias, respetable amigo,
Por la lección que te debo!
Tal, de la vida en la fragua,
Forjar nuestro bien debemos,
Labrando al fuego en su yunque
Cada idea y cada hecho.
Mayo 24: 1880.
Rafael Pombo