LEYENDO A EDDA
Tu corazón estaba conmovido,
Dos lágrimas brillaban en tu faz.
¿Me amabas? No, pues era yo a tus ojos
Un ángel de amistad.
Tú me debías el ansiado llanto,
Que cual lluvia de paz y bendición
Bajaba al eco de mi voz profunda
A empapar tu dolor.
Ya era mi mano para ti sagrada,
Cual la del buen amigo siempre es,
Y al apretar la tuya en mi entusiasmo,
La tuya érame fiel.
Tus miradas decían, me comprendes;
Hermano, me nombraba tu emoción,
Y yo alcanzaba a oír entre tu seno
Resonando mi voz.
Mi brazo orló tu repartida espalda,
Sobre mi libro respirabas tú,
Y era la luz de tus radiantes ojos
De mis ojos la luz.
Las palabras de Edda, mis palabras;
De Edda el amor meridional, tu amor;
Mi acento, el estridor de tu borrasca,
Y... un otro tú era yo.
Y tan bella, tan bella como eres,
Tanto más bella te encendías aún,
Que vuelto a ti ya Edda era yo mismo,
Y mi libro eras tú.
Infinito poder del sentimiento,
¡Descifrado en palabras de mujer!
¡Telégrafo de fuego entre las almas!
¡Mágica, ardiente red!
¡Yo, a quien antes ligera despreciabas,
Íbame transformando más y más;
Despotizaba tu emoción mi acento,
Y... hacíate llorar!
Y tú, amante infeliz que allí bebías
El tósigo de amor de otra infeliz,
Bendecías con lágrimas la mano
Que te obsequiaba así.
Yo lloraba también: el entusiasmo
Es de los corazones el nivel;
El amor siempre es uno, y era uno;
Los corazones, tres.
Edda, su sangre y llanto son sus versos;
Tú, su sangre y su llanto ardiendo en ti,
Y yo, garra imanada entre una y otra,
Poseído, febril.
Fallaba el dios, y el hombre obedecía;
Ya era de amor el llanto de pesar,
Y ambos, tú y yo, vivíamos de nuevo,
Adivinados ya.
¡Sentí, oí que por tus labios, Edda,
Me devolvía su creadora voz;
El postrer verso un ósculo lo dijo,
Y tu amado era yo!
Nueva York, diciembre 2: 1855.
Rafael Pombo