EDDA
II
DESPECHO
Te amé como la gran naturaleza
Ama el abrazo matinal del sol;
Cual la huérfana el nombre de su padre,
Cual la virtud la bendición de Dios.
Tú para mí eras todo, el cielo, el mundo,
Los sueños, las creencias, el hogar.
Faltando tú, vivir era imposible;
Contigo amada, inconcebible el mal.
¡Ah! qué feliz soñaba ser un día
Cuando «mi esposo» te llamara yo;
Sin más ya que anhelar sobre la tierra,
Mío al fin tu anhelado corazón.
¡Por ti adorada, para ti nacida.
Hermosa y buena, y sólo para ti!
Haciéndote el dichoso de dichosos,
Y aún más dichosa viéndote feliz.
Viendo en tu amor mecerse mi existencia
Cual nubecilla blanca en cielo azul;
Esposa del más caro de los hombres;
¡Madre por ti, de hijos como tú!
¡Oh recuerdos benditos, oh maldita
Fúnebre realidad! ¡Oh Dios cruel,
Por qué nos prometiste tanta dicha
Para venir a darnos tanta hiel!
No, Dios no puede ser; tú solo fuiste.
¿Quién, quién te dio la dicha de los dos
Para abismarla así cual niño estúpido
Y como un niño lamentarla hoy?
Era acaso ridículo juguete,
Insecto vil que se arrastró a tus pies
Una mujer que alzándote a los cielos...
Los cielos se vengaron, ¡blasfemé!
Un solo instante, una fatal palabra 1
Por siempre y para siempre nos perdió;
Y al umbral del ansiado paraíso
Hundiose en el infierno el corazón.
¿Qué resta hoy de tantos dulces sueños
Que fueran tanta dulce realidad?
Dos corazones condenados vivos
A un incurable, eterno, inmenso mal;
Dos troncos a un hachazo del verdugo
Que luchan en sangrienta convulsión
Por unirse otra vez, cuando Dios mismo
Ya interpuso su mano entre los dos...
Pura está mi alma, sí; pero oo ha muerto
Mi corazón... Aquí siento bullir
La tentadora víbora... ¡Aborréceme!
¡Sálvame de mí misma, huye de mí!
Ayer el mundo entero nos cantaba
«¡Tuya... mío... por siempre...» Al verte hoy
Ya nos aparta un mar, y es de veneno:
¡Mar de remordimiento y deshonor!
El infortunio a sus orillas viene
A idolatrar recuerdos y a llorar;
Y cada ola que a sus plantas llega
Murmura un melancólico «¡Jamás!»
Ayer no éramos dos, éramos uno.
Ayer ante los hombres y ante Dios
Yo repetía ¡te amo, te idolatro!
Y era gloria y virtud mi adoración;
Ayer yo me colgaba de tu cuello
Sin miedo, sin rubor, como un feliz
Cándido niño al cuello de la madre.
Porque tú eras mi madre para mí.
Y riendo y sollozando de contento,
Con cielo y tierra entre mis brazos ya,
¡Tuya, mío por siempre! murmuraba,
¡Juntos hasta la tumba y más allá!
Y cielo, y tierra, y todo parecía
Hecho para los dos: ¡todo eras tú...!
¡Ah! yo temí la beatitud eterna
Si era mortal aquella beatitud...
Hoy... hoy,.. ¡todo es mentira...! ¡cuanto ha sido
No fue jamás...! ¡no te conozco yo...!
No vengas, insensato, a persuadirme
De que es cierta esa fábula de amor.
Si hay en el cielo un Dios, tú eres un sueño;
¡Déjame creer en Dios! Huye, infeliz,
Si eso que yo soñé tú lo soñaste,
Si creíste aquel cuento en que creí.
Un negro mar, un mar sin fondo, horrendo,
Es cuanto existe entre nosotros ya,
Y cada ola que a mis plantas llega
Murmura un melancólico ¡jamás!
Rafael Pombo
1 El matrimonio de su amado.