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LA FLOR DEL VALLE

(Fragmento de una pequeña leyenda de este nombre).

Loma arriba, en un corcel,
Iban a salto seguido
Luis, el raptor atrevido,
Y la tímida Isabel.

Miedosa estaba la tarde,
De esas de traza sombría
Que ponen la sangre fría
Y el espíritu cobarde;

Y en la fosca cerrazón
Rebramaba el firmamento,
Cual ruge el remordimiento
Al fondo del corazón.

Con infantil embeleso
Mimaba a Luis la Isabel,
Y ardiente dábala él
Tal cual estrellado beso.

Pero tornaba a rugir
La bóveda centellante,
Como un padre vigilante
Que amenaza maldecir.

Y en pasmo y temblor extraño
Isabel palidecía,
Y él las espuelas prendía
Al ijar de su castaño.

Y al fragor del galopar,
Del viento, y voces, y abrazos,
La voz del cielo en sus brazos
Trataba de sofocar.

Primer vez abandonaba
El campo donde nació:
Al pensarlo suspiró,
Y así Luis la contentaba:

«Volemos, paloma mía,
Quien se ve libre no llora;
Hecha una grande señora,
Te verá mañana el día.

»Flor oculta en un zarzal,
¿A qué allí con tus primores?
Para reina de sus flores
Te llama la capital.

ȣn vez del techo pajizo
Verás mármol y cristales;
Y oro, seda, perlas, chales
Bordarán tu paraíso.

»No distraerán los quejidos
Del aydemí  tus contentos;
Mil cantos, mil instrumentos
Jugarán con tus oídos.

ȣn la soberbia ciudad,
Doquier que vuelvas los ojos,
Esclavos de tus antojos
Cien harán tu voluntad;

»Mientras en pos arrastrando
La envidia de las más bellas,
Como ante el sol las estrellas,
Se eclipsarán suspirando.

»Mi vida ¡no más dolor!
Mi voz tu suspiro acalle;
¿Qué falta a la flor del valle
Cuando es dueña de mi amor?

»Vuela mi bravo corcel,
Y antes que rompa la aurora
Pon en su trono, señora,
A la modesta Isabel».

Así con áureo barniz
Su crimen Luis esmaltaba;
Isabel lo idolatraba,
Pero amar no es ser feliz.

Y así que en lo alto pensó
Se iba a ocultar su morada,
Tornó inquieta la mirada
Y el llanto se le soltó:

«¡Ay, no, déjame, por Dios!»
Gritó entonces forcejando,
«¡Mi padre estará llorando
Y yo desoigo su voz!»

Y fue tanto su clamar,
Que enternecido el amante
Vaciló por un instante
Y tuvo al fin que parar.

¿A quién no vence una hermosa?
¿Quién puede ver sin quebranto
Gotas acerbas de llanto
Sobre mejilla de rosa?

Voces, besos, todo fue
Inútil, todo fue vano;
Soltola al fin de la mano
Y ella corriendo se fue.

Y mientras Luis suspirando
La contemplaba tan bella,
Escuchó que decía ella
Tornando a ver y bajando:

«Goza en tu oro y yo en mi olvido,
Que es muy tirano el amor;
Torne a su valle la flor,
Y la paloma a su nido».

«¡Ve, pues, oh virgen, en paz!»
Murmuró entonce el amante
Enjugando en el semblante
Una lágrima fugaz.

Pronta la vista volvió,
Y dando un salto ligero,
En su corcel caballero
Tiró la rienda y picó.

1855.

autógrafo

Rafael Pombo


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