ROMANCE
Agora que el corazón
con las alas que le informan
para morir en tus llamas
se habilita mariposa;
hoy que a la ley de la vida
tu providencia deroga
y hoy que el afecto se ataja
entre la lengua y la boca;
hoy que el día del olvido
resucita las memorias
y de la tribulación
llegan las primeras horas;
agora que por mis plantas
la muerte, ya ejecutora,
empieza a contar el feudo
que de los mortales cobra,
te busco, dulce Señor,
y para que me respondas;
si con lágrimas te llamo,
no estará tu piedad sorda.
¡Oh quién hubiera vivido
con alma tan temerosa,
oh Jesús, como si en ti
no hubiera misericordia!
¡Oh quién muriera también
con tal confianza agora,
como si ya tu justicia
no fuera siempre la propia!
Para mí se destinó
la máquina de tu gloria,
si no dármela es razón,
parece muy rigurosa.
¿De qué te hubiera servido
verter la sustancia roja
que desde tus sacras venas
se fue helando una con otra?
Por restaurarme moriste
y si agora no me cobras,
te quedas con el afrenta
sin llegar a la vitoria.
¿No me perdonas, Señor?
Mas la pregunta es impropia,
que quien baja la cabeza
ya está diciendo que otorga.
Esa lanzada mortal
que sacra púrpura arroja
como la he causado yo
se refresca o se alborota.
Tus ojos dos, que hacia dentro
arden divinas antorchas,
para no mirar mis culpas
pienso que los aprisiona.
Y entre tus labios también
traspillado el blanco aljófar
te atajaste las palabras
por no culparme las obras.
¿Espinas sobre tus sienes?
¿Con el castigo te adornas?
¡Oh, cómo eres rey prudente,
pues te ofende la corona!
De yerro esos penetrantes
clavos tus dos manos postran;
claro está que había de ser
yerro lo que a ti te enoja.
Mas, si perdonarme quieres,
tanto esos clavos importan
que un yerro saca otro yerro
y una injuria saca otra.
De perdón cuantas adoro
son señales misteriosas:
Dios, muerte, perdón y gracia,
todo es una misma cosa.
De ser misericordioso,
oh dulce Jesús, blasonas;
pues, Señor, a no haber culpa
no usaras misericordia.
¡Oh, qué de palabras gasto
con ser bastante una sola,
pues aún no he dicho una culpa
cuando las olvidas todas.
¡Oh, Jesús, y lo que debo
a tu piedad generosa,
pues me arrepiento tan tarde
y tan presto me perdonas!
Pero el alma que me anima,
o inspirada o animosa,
por gozar de la ocasión
se atropella por la boca.
El pecho ya se estremece,
no se muere, se alboroza,
que como es su centro el cielo
se levanta hacia la gloria.
Este espíritu recibe,
lo que me has prestado toma,
que aunque no va mejorado
que vuelva a tus manos sobra.
Francisco de Rojas Zorrilla