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LAS GARZAS

En el cielo, velado de improviso,
la banda fugitiva se diseña
(Tal mi vida: crepúsculo indeciso,
donde, entre nubes pálidas, diviso
alejarse una tímida cigüeña…)

Míralas… Su fatal melancolía
se disuelve en el raso de los cielos,
y al verlas agitarse se diría
que son como fantásticos pañuelos
con que al marcharse se despide el día.

Las garzas me enamoran… Son lo que huye,
lo intocado, que vuela y se evapora;
y como tras su marcha soñadora
un cansancio infinito se diluye,
el vuelo de las garzas me enamora…

En los lagos dormidas entre brumas,
cuando abre sus párpados la Aurora,
bajo el armiño de sus níveas plumas,
son el alma sutil de las espumas...
y entonces su blancura me enamora...

Cuando la Mar se torna gemidora,
bajo el arrullo de la paz nocturna
simboliza la garza soñadora
el alma de una virgen taciturna...
y su tristeza entonces me enamora...

Sobre el escombro que el verdín colora,
—por no sé qué lejano simbolismo—
la garza, pensativa, rememora
el alma misteriosa del mutismo
y su pureza entonces me enamora...

Cuando sobre los cielos se derraman
en la tarde que en rojo se colora,
recuerda la bandada voladora
los sueños de las vírgenes que aman
y su pureza entonces me enamora...

Las garzas me enloquecen… Su blancura,
esa fiebre de azul que las aqueja,
me empujan a quererlas con ternura…
Yo tengo la infinita desventura
de amar lo que se va... lo que se aleja.

Pero yo amo las garzas porque existe
un amable recuerdo en mi memoria…
Es el tuyo: tú fuiste blanca y triste,
y volando, en silencio, te perdiste,
en el cielo sin nubes de mi historia.

1907

autógrafo

Ricardo Miró


«Los segundos preludios» (1916)

enlace Versión 1

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