PRIMER NOCTURNO
(A Zoraida Díaz)
Que callada está la noche: los árboles qué dormidos…
Ni una queja, ni un murmullo, ni un suspiro, ni un rumor…
Apenas si en el silencio se oyen, lentos, los latidos,
con que cuenta los segundos, impaciente, el corazón…
¿En dónde está? ¿Por qué tarda? ¿Será que mi dulce hermana
se ha extraviado en el camino, perdida en la lobreguez?...
¿Por qué no llega? ¡Que angustia! ¡Cómo suena la campana!
Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez.
Esta noche misteriosa está toda llena de ella;
los árboles y las cosas no la han podido olvidar;
y en el banco y el sendero se adivina aún su huella,
y en el viento se respira su perfume de azahar.
Cuantas veces a lo largo de estas quietas avenidas
fuimos juntos, de la mano, jurándonos mutua fe…
Para amarnos precisaba prolongarnos a otras vidas:
Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez.
¡Esta noche estoy qué solo, qué triste, qué dolorido!...
Por momentos me parece que otro ser distinto soy,
y es que en una sola noche toda una vida he vivido
pendiente de lo que dice, latiéndome, el corazón…
Tengo frío, frío y miedo…He escuchado que me nombra
una voz que antes oyera, sin saber en dónde fue,
y oigo pasos de fantasmas que desfilan en la sombra:
Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez.
Si me fundiera en la sombra; si me perdiera en el viento
sin la carne dolorosa, sin el triste corazón…
¡Si me apagara por siempre como tímido lamento,
como lánguido suspiro, como trémulo rumor!...
¡Oigo voces en la sombra (¿Serás tú, mi dulce hermana?)
¡Oigo pasos en la arena! (¿Si serán tus breves pies?)
Pero no: ya tú no vienes: me lo dice la campana:
Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez.
Ricardo Miró