DIÁLOGO DEL SABIO Y SU DISCÍPULO
—Cuando decimos «yo»
nos atamos al cuello una vocal redonda,
una cuerda de ahorcar; nos taladramos
la nariz con un aro como el que rige al buey;
nos ceñimos grillete de prisionero.
Círculo de exclusión, rómpelo, sáltalo.
Tus ojos son poliédricos como los de la avispa.
Cuando lo miras tú se quiebra el mundo.
Pero los cielos narran lo que saben:
«El tiempo no es la Tenia que añade día a los días.
Su transcurrir continuo, su historia, es la de un río.»
Y los del coro cantan:
«Aquí y allá; los cuatro
puntos; las dieciséis atmósferas; los siete
mares, los veinte climas,
lo numerable, en fin, es uno y único».
No estás solo y aparte.
Tú le dueles a Dios; el universo
se hace pequeño en ti; se hace ciego, borracho.
Y loco.
Algo te roban si una estrella cae.
Tu furia tiene hocico de tigre; tu memoria
cabeza de elefante y tu curiosidad
pescuezo de jirafa.
¿Dónde, para apuntar la flecha, está tu centro?
¿En quién te va a matar la muerte?
—En los que amo.
Rosario Castellanos