EPITAFIO DEL HIPÓCRITA
Quería y no quería.
Quería con su piel y con sus uñas,
con lo que cambia y cae; negaba con sus vísceras,
con lo que de sus vísceras no era aserrín, con todo
lo que latía y sangraba en sus entrañas.
Quería ser él y el otro.
Siamés partido a la mitad, buscaba
la columna de hueso para asirse, colgar
su cartilaginosa consistencia de hiedra.
Mesón desocupado,
actor, daba hospedaje al agonista.
Gesticulaba viendo su sombra en las paredes,
deglutía palabras sin sabor, eructaba
resonando en su vasta oquedad de tambor.
Ensayaba ademanes
—heroico, noble, prócer—
para que al desbordarse la lava del elogio
lo cubriera cuajando después en una estatua.
No a solas ¡nunca a solas!
dijo el brindis final,
alzó la copa amarga de cicuta.
(Más no bebió su muerte sino la del espejo).
Rosario Castellanos