Era también de fuego:
sobre el tizón, hirientes, casi diáfanas
violetas duras a los ojos,
coronadas de oro. De esto era,
de esto se construía bajo el humo.
También como de alas en asalto;
pluviales hojas enjambradas,
arboladuras de reloj a vela.
Y en vela yo, sumiso y vigilante
a la corriente en que me estoy hundiendo.
Buscando quién me soy cuando soy este
sabor labiodental, que sobrenada
entre las redes del aroma;
estos golpes de tacto en soñolientas
aguas desembocando; quién me nace
—póstumo ya— si la serpiente
de música enjoyada quiebra
el cascarón, y adelgazándose
—sensual, bicéfala y exacta—
cruza la puerta doble del oído.
En venta está mi cuarto, y de la mano
saco a la calle mis rincones.
Me dieron el indulto cuando estaba
ya contra la pared, y ojivendado.
Allí donde vivimos,
en el lugar en que nos conocemos;
donde la noche oscura, que amanece
de las cinco prensiles
advocaciones ávidas del alma.
Y era como el silencio que tú sabes;
como de casa grande, como ramas
de anochecido pueblo solo.
Yo soy hombre, y me callo tantas cosas
que tendremos que hablar cuanto tú quieras;
la orquestada pasión y las raíces
de aquellos ojos míos que me miren
desde el sembrado sitio de tus ojos.
Me sobrevivo en vela, mereciendo
que al corazón me apunten al matarme.
Rubén Bonifaz Nuño