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Siempre ha sido mérito del poeta
comprender las cosas; sacar las cosas,
como por milagro, de la impura
corriente en que pasan confundidas,
y hacerlas insignes, irrebatibles
frente a la ceguera de los que miran.
Por ejemplo: todos nos sentimos
mordidos por algo, desgastados
por innumerables bocas sin fondo;
algo sin sentido que nos deshace:
Preguntamos. Nadie responde.
Pero hay alguien: saca la cara negra
sobre la corriente de su río
de renglones cortos
respira y nos dice: “¿Qué es nuestra vida
más que un breve día?”, y entonces,
tocados de golpe, comprendemos:
sabemos que somos heno, verduras
de las eras, agua para la muerte.
Y no sólo el tiempo: los poetas
nos han enseñado la amargura,
el placer, el gozo de estar libres,
y el viento y las noches y la esperanza.
¿Qué hago, qué digo, qué estoy haciendo?
Es preciso hablar, es necesario
decir lo que no sé, desvergonzarme
y abrir mis papeles chamuscados
en medio de tantas fiestas y gritos.
Y prestar mis ojos, imponerlos
detrás de las máscaras alegres
para que permitan y compadezcan,
y miren y quieran, y descubran
que estamos desnudos, que no tenemos.
Rubén Bonifaz Nuño