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Cerrado te quedaste, libro mío.
Tú, que con la palabra bien medida
me abriste tantas veces la escondida
vereda que pedía mi albedrío,
esta noche de julio eres un frío
mazo de papel blanco. Tu fingida
lumbre de buen amor está encendida
dentro de mí con no fingido brío.
Pero no has muerto, no, buen compañero
que para vida superior te acreces:
el oro que guardaba tu venero
hoy está libre en mí, no en ti cautivo,
y lo que me fingiste tantas veces
aquí en mi corazón lo siento vivo.
Pedro Salinas, 1923