XIV
Las avispas metálicas, amarillas y negras,
en el ventilador de mis veintitrés años,
extáticas, estáticas, erráticas:
ningún poema está por escribir;
como aquellas avispas, todos van
aleteando por el aire azul;
vuelan en espiral, quizá ni vuelan,
son un zumbido de hélices vacías,
como el motor de un reactor perdido,
porque siempre se alcanza a sí misma la vida,
porque siempre vivimos en aquella mañana
como un jarrón de verde plateado,
porque siempre nos besa el aire de los búcaros,
el salón de la noche del castaño de Indias,
las indianas del parque del Retiro,
como en el libro de Luis Rosales
que recibí en Mallorca, la isla rococó,
el país de Bearn y de Rubén Darío,
del carillón de Amberes en francés,
el juego de los ojos jaspeados,
las ataduras del poema, soy
a mis veintitrés años sólo imágenes,
veo el canal del seno entre las blondas del amanecer,
la self-pity es muy mala consejera y conseja,
tened piedad de mí, dije yo entonces,
todo el día se apiada de sí mismo en la aurora
(y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora),
el abalorio de la noche atada,
la picadura que en la sombra lía
el tabaco nocturno en la ciudad,
mal agüero el verano festoneado de avispas,
Aragon encontró sólo avispas en Dieppe
en la jornada de Sacco y Vanzetti,
sólo des guêpes acuden a la convocatoria,
así nosotros: ventear de avispas
que nos dan en cara, ventear
de sombras negras en el aguijón.
Pere Gimferrer