SÁLVESE QUIEN PUEDA
Ahora las ciudades
dejan por fuera el hombre.
Son espacios felinos
con sus cortacircuitos y sus pasos de cebra,
donde coger la flor del horizonte
es trepar a un cadalso.
Calles, calles y calles,
retortijones de cemento;
paribuelas de insomnios y vigilias
ponen a tu servicio
monstruos aparcados,
babeles de aspavientos.
Yo no deseo ser sólo un inválido
de mi rumor de intimidad,
un preso de semáforos y anuncios
que golpean con guantes de boxeo.
Y he aquí dónde tengo la morada,
en el fiel del peligro,
en un cilicio de perplejidades
que te tiende sus trampas sonriendo.
Pedro García Cabrera