A Manuel Padorno
Estoy en las salinas.
Rebanadas de agua que se tuestan al sol,
ya demudado el rostro,
muecas de desventura,
me salen al encuentro.
La mar, aquí, agoniza,
metida entre las rejas de una cárcel,
secuestrada su hacienda de rumores,
sin majestad ni hombría.
Aquí la mar se muere,
se está muriendo el agua sin fronteras,
es ya gesto de vidrio,
túnica de amargura.
Pero la sal, la sal, la sal naciente,
puesta de pie sobre su duelo,
cristaliza en los granos de su llanto
vendavales de vida.
(1966)
Pedro García Cabrera