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SANTA CRUZ

a Domingo Molina Albertos

Ay Santa Cruz de mi vida,
qué bien enciendes el alma;
ver tus luces es sentir
que estamos ya en nuestra casa.
Los caminos bregadores
que andan la isla y desandan
al vislumbrarte aligeran
sus borriquillos de carga.
No importa que lleguen tarde
a descalzar sus andanzas,
como madre los esperas
toda tu rostro ventana.
Dame la mano, que logre
izarme a tus atalayas,
esa mano chicharrera,
cordial y republicana.
Para labrar tu albedríó
la tierra no te fue llana,
solamente dispusiste
de la mar y la montaña.
Montañas de firme angustia,
montañas con la esperanza
de redimirse y correr
hacia donde nace el alba,
lIevando a enterrar las penas
en tus valles sepultadas.

Pero la mar sí te dio
horizonte de manzana,
ligereza de balandro
y corazón de muchacha.
La mar, sin llaves ni rejas,
la mar, soledad que canta,
acunando libertades
en medio de las borrascas.
De las olas aprendiste
a vivir su democracia:
todas distintas y todas
rumor de pueblo que dama.
Si la tierra dijo no
dejándote sólo Anaga,
en los brazos que te reman
llevas tu estirpe tatuada.
Una estirpe marinera,
de singladuras sin tacha,
que está escrita en los anales
de las piedras que te lanzan.
Los discos rojos y verdes
de tus calles y tus plazas
fueron antes aguas vivas
balizando las distancias.
Capital de transparencias,
urbe en las proas del agua,
para los mares de leva
qué luchadora es tu barca.
Hoy creces como la espuma,
esa amiga de la infancia
con quien jugaba tu arena
al matarile en la playa.
Ella está siempre contigo,
te sube casi en volandas
al caballete en que posan
las paredes de las casas
para escalar las alturas
y guardarte las espaldas.
Bolsillo de lejanías,
los rumbos buscan en ti
el punto final del ancla.
Llorar casi nunca lloras,
pero si brotan tus lágrimas
son de injusticias que trinan,
no de mujer despechada.
No temas, tu intimidad
de todo riesgo te salva,
que aun a las noches de lobo
con tu nobleza desarmas.

Ciudad de pájaro en vuelo,
domingo de la mirada,
arrodíllese mi voz
y cúmplete en mis palabras:
algún día tus mercados
tendrán de la mar naranjas.
Oh luces de bienvenida,
nido en las proas del agua,
a mi descanso le espera
tu sonrisa de almohada.

autógrafo

Pedro García Cabrera


«Vuelta a la isla» (1968)

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