LANZAROTE
a Domingo Velázquez
En un velero, por sal,
pongo rumbo a Lanzarote.
Por la sal, esa simiente
con la emoción del azogue
que le dio sangre y latido
al corazón de la noche.
Por la sal, mujer de todos,
doncella siempre, aunque toquen
los dedos más populares
y los más negros carbones
su transparencia nupcial
de mensajera del orbe.
Por la sal, por ese llanto
de las salinas, en donde
las aguas del mar se mueren
sin campanas que las doblen.
Bajo mi piel vas a gatas,
mi sudor te reconoce
y si en mis ojos te citas
eres aún más salobre.
Las salinas, esos libros
de páginas sin rumores.
En sus potros de tortura
expira la ola y rompe
a blanquear su esqueleto
igual que si fuera un hombre.
Somos salinas, salinas
desde el fondo hasta los bordes,
que nos ponemos de pie
sobre sus blancos talones.
La sal, jilguero del alba,
que a la sombra desconoce.
La sal, que en nuestras cocinas
de punta en blanco se pone
para que el diente del ajo
la conquiste y enamore.
La sal, hirviendo en el agua
de cazuelas y peroles,
convenciendo a las patatas
que son blandos corazones
y poniendo en las legumbres
la sonrisa de los dioses.
La sal, pregón de justicia
que iguala con sus sabores
en un mismo paladar
hambres de ricos y pobres.
Por todos los que te quieren
y cortejan tus terrones,
en nombre de los suburbios,
las abejas y los bosques,
sube por mi sangre arriba
y en la esfera de las torres
marca la aurora desnuda
de los que buscan el norte.
Diapasón de la esperanza,
paloma y piedra de toque,
que la libertad del mar
en el Janubio se pose
y se convierta en la sal
de cuerpos, almas y voces.
Con esa sal que libera
de todos los sinsabores,
con esa sal, mi velero
regresa de Lanzarote.
Pedro García Cabrera