LA PALMA
A Blanca Gómez de Pérez y a Renán
La sombra que esta retama
de la mirada desprende
me lleva en su catalejo
hasta oír cantar las preces
de pinares a La Palma,
abarloada al poniente.
La Palma no es soledad.
Es la cabeza de puente
que sobre los océanos
tendieron los continentes.
Para ella no hay fronteras,
no emigra nunca ni puede;
mar y tierra son caminos
y andarlos le pertenece.
Casi con forma de pez
no cae nunca en las redes
de hacer su patria en veredas
que no partan de sus sienes.
Y no es que cierre los ojos
y al desamor alimente.
Es que en la cuna aprendió
que los volcanes no duermen,
trabajándose en las cumbres
silencio que el fuego enciende.
Es que desde su niñez
ve que los días florecen
la noche del horizonte
y las agonías mueren.
Y así a su vida da fuerza
la juventud de la muerte.
Selváticas intuiciones
racionalizan su mente.
Jamás vacilan sus pasos,
van escritos en su frente
y en los muros del hogar
bien a las claras los tiene.
No digo que son columnas,
sí digo que son paredes
para que el sol y la lluvia
sus esponsales celebren,
en cueros como los niños
y en alto como las fuentes.
La Palma, yo soy La Palma
abarloada al poniente.
Por la borda las nostalgias,
mi raíz es Taburiente
y si lo quiero mayor
lo multiplico por nueve.
No me digáis que conquiste,
ésos son otros belenes,
siendo dueña de mí misma
todo lo tengo con creces.
Y así me llevo conmigo
adonde quiera que fuere,
que soy La Palma, La Palma
abarloada al poniente.
Pedro García Cabrera