VILAFLOR
a Miguel y Michèle García Enjoiras,
recuerdo de estos pinares
Este no es pinar que tenga
tan sólo iguales dos pinos.
Sin miedo, fuertes y sanos,
se criaron desde niños
estos árboles que tienen,
más que cualquier individuo,
rasgos que sólo son suyos,
talantes tan inequívocos,
que cada uno podría
llevar nombre y apellidos.
A prueba de vendavales,
cohetes de su destino,
con trazo firme ganaron
la cucaña de los riscos.
Se ve claro cómo huyeron
de uniformes y de asilos
clavando su libertad
en la raíz de sí mismos.
Dura maestra es la lava,
también la nieve y el frío,
para no sacar derechos
con la alegría de un trino,
a estos troncos que se hierguen
sin travesuras ni mimos.
Son altos porque soñaron
un interior paraíso,
y de tal modo lo ansían
que por vivir siempre en vilo
en torno de ellos la sombra
apenas si deja signo.
Señores por su belleza,
feudales por sus instintos
sus soledades entregan
a los éxtasis más íntimos,
pero sus ramas estrechan
como los buenos amigos
y entonces cobran altura
confidencias y hermetismos.
Varoniles en su porte,
sin abalorios ni brillos,
alzan sus mástiles verdes
donde el viento hace sus nidos
con rumores de la mar,
sondas, sendas, saltos, silbos.
No quisiera despedirme
ni abandonar el recinto
que en alto sostienen muslos
dorados como el estío.
Con pena os dejo, con pena
vuelvo a ponerme en camino.
Palabras, quiero palabras
del tamaño del rocío
para abrazaros a todos
con todos los sueños míos.
Pedro García Cabrera