LA GUANCHA
a Esteban Dorta González
Ante El Pinalete estoy
mirando correr el agua.
Llega alegre porque ha roto
con su oscuridad de esclava
dejando atrás para siempre
la prisión de la montaña.
vino a luz como los niños,
desnuda de cuerpo y alma,
sin que tuviera al nacer
prenda que echarse a la espalda.
Mucho tiempo estuvo inmóvil,
muerta al espejo su cara,
recluida en el sepulcro
del corazón de las lavas.
No fue fácil desasirse
del vientre que la engendrara.
Noches como soledades,
demonios de luengas garras,
diques de diente de perro,
la tenían sojuzgada.
Y a quienes debes tu canto
voy a decirte en voz alta.
Hombres con rostro y familia,
hombres que visten y calzan,
riesgos, hambres y laderas
en busca tuya horadaban.
Sonrisas de la destreza,
hondos brazos, manos claras,
los salarios de sus penas
eran de sed y esperanza.
Por eso las galerías
—boa a oscuras, vena a gatas,
creyones de húmeda muerte—
imagen y semejanza
son de aquellos que caminan
para dar cielo a sus ansias
y ver si en su vida estéril
por fin amanece el agua.
Pero a veces quedan dentro,
hechos ya noche cerrada,
sin que puedan en sus ojos
nacer las luces del alba.
El agua que ahora miro
son sus piernas amputadas,
los brazos que no volvieron
a descansar en su casa,
y tu mundo de rumores
muñones de sangre blanca.
Para que tú seas libre
siguen manando las lágrimas
de recuerdos que barrenan
sin pólvora las entrañas.
Y ante El Pinalete estoy
mirando correr el agua,
todo su cuerpo canción
y toda sollozo el alma.
Pedro García Cabrera