LA VICTORIA
Como un anillo escondido
para que alguien lo encontrase
di con la plaza de luchas
de este pueblo, en el instante
en que se daban la mano
dos luchadores rivales.
Aquí mismo, en La Victoria,
cayó vencido esa tarde
uno de ellos, cuyo nombre
no recuerdan los anales.
Las ballestas de los músculos
resaltaban en su carne
con el relieve que alcanzan
las aceras en las calles.
La majestad de su fuerza
se asomaba a su semblante
casi con la transparencia
de la lágrima y la sangre.
Era muy parco en palabras
y tan de adentro el lenguaje
que al hablar se oía el hondo
resuello de los volcanes.
Él le imprimía a la lucha
bríos de cumbres y mares
y trabajaban la brega,
desde el comienzo al remate,
como un hijo que se gesta
en el vientre de una madre.
Nunca se vio luchador
de tan viriles quilates
caer vencido en la arena
con tanto temple y coraje.
Cayó por cotas de malla,
por arcabuces y sables,
que por levantada nunca
lograrían derribarle.
La fecha la desconozco
y sería vano alarde
situar este desafío
en un terreno distante.
Porque a veces las derrotas
tienen las alas de un ave
y en vez de rodar por tierra
se remontan en el aire.
Ahora, una gran ternura
se derrama en el paisaje
que crece y crece en la noche
llamando a nuestros hogares,
mitad, congoja y entrega,
mitad, defensa y combate.
Por aquí, por La Victoria,
puede medirse y palparse
como a una isla da norte
un llanto que no es de nadie.
Pedro García Cabrera