ALONDRA DE LOS MIRLOS SOBRE LA NIEVE
En el más nevado brezo
que han visto cielos y tierra
están jugando unos mirlos,
jugando a siminisierra.
Y dijo el mirlo, que tiene
fríos el pico y la frente
de mirar tanto el espejo
de las aguas de la fuente:
Vena del bosque,
charol del día,
¿qué manda, manda,
su mirlería?
Pues mi minería manda
—y el mando no tiene espera—
que al atardecer me traigas
la luna cascabelera.
Y se alejó del pajanillo
pensando con desconsuelo:
¡Cómo podré ver la luna,
si la nieve llena el cielo!
Y dijo el mirlo más negro,
aquel que llora en sus plumas
un dolor de noche antigua
y una nostalgia de espumas:
Ojo del bosque,
flecha del día,
¿qué manda, manda,
su mirlería?
Pues mi mirlería manda
—y el mando siempre me apena—
que me traigas de la mar
el beso de una sirena.
Y se marchó monte abajo
hacia la playa remota,
pensando: ¡Tal vez me ayude
a buscarlo una gaviota!
Y se acercó el más lancero,
aquel que en el pecho siente
brotar la espiga del trino
y la alegría naciente:
Blonda del bosque,
labio del día,
¿qué manda, manda,
su mirlería?
Pues mi minería manda
—y el mando es juego fugaz—
que me traigas un latido
del corazón de la paz.
Los tres mirlos fueron tres
flechas de mala fortuna:
el que fue al cielo, clavose
en el rostro de la luna;
el que a la mar, en el iris
de una fina concha breve,
y aquel que buscó la paz,
en la espalda de la nieve.
Llanto del bosque,
pena del día;
héroes tiene
la mirlería.
Pedro García Cabrera