GRANITOS DE ARENA
XLV
He sentido tu sed contra mi boca
y pisar en mi sangre tus camellos.
Tenía aún echadas las persianas
sobre el canto de gallo de mi sueño.
Me estabas esperando, como siempre,
a la entrada del día por mi cuerpo,
con todas tus lejanas soledades
próximas al estuario de mi lecho.
Tus granitos de arena se acogían
a la mata de sombra de mi pelo,
tentaban de mis ojos las pestañas
y subían al globo de mi pecho.
Íntimo, pequeñito, enarenado,
alfombra de infantiles balbuceos,
tenías ese aire de ternura
que amansa las pupilas de los perros.
Eras otro distinto, rezumante
de savias dulces e inefables cielos.
Y apretando tu sed contra mi boca
y pisando mi sangre tus camellos,
lanzándote a tu hogar de lejanías,
recobraste tu tono de desierto.
Pedro García Cabrera