GRANITOS DE ARENA
II
Y la piedra accionó. La piedra, dura
de corazón y músculos de acero,
labradora tenaz de continentes
por valles, montes, páramos y cerros.
La quietud con su abrazo de hechicera,
los cerrojos dormidos del silencio,
la muda frialdad con que obedecen
los perfiles rocosos a su centro,
todas las fuerzas que en tu ser gravitan
sus razones de helado mausoleo,
se sintieron tocadas por la gracia
de la varita mágica del viento.
Y eres la consecuencia imperativa
de quien, sin alas, quiso urdir el vuelo.
La piedra se fragmenta en frenesíes
por conquistar entonces el imperio
que la distancia en su cristal prolonga,
andando y desandando sus senderos.
Y escucha cómo un pájaro se mueve
en la mole compacta de su pecho,
que bulle un alentar de juegos niños
en el meollo de sus golfos secos,
que se espuman las olas del reposo
y se desfleca el nudo de su cuerpo.
Horizontes de cuerdas musicales
tienden a su mutismo el cautiverio
de sus largas congojas, que se ausentan
buscando de la luz el baño ciego.
Y por volar las rocas se desgranan
en los granos de arena del deseo
y, fundiéndose en sedas las aristas,
los basaltos se dan al movimiento.
Y están casi en el trance que concilia
la sangre en llamas con el frío eterno;
puntitas de alfiler petrificadas
en la gota viviente de un insecto.
Así van tus mensajes transmitidos
en el vaho tangible de tu anhelo;
de nubes amazonas, unas veces,
a lomo de añoranzas de camellos;
de ángel anunciador de la tormenta
por la cúpula tersa de los cielos;
de vela sin timón y de andanadas
que se resuelve al fin en llanto nuevo.
Pero allí donde vayas van contigo
la avidez infecunda del desierto,
tus hambres insaciables de hojas verdes
y la desolación de tus espejos.
La luna de las aguas no ilumina
tus noches de profundos desconsuelos.
Y es que el amor no dora su semilla
sobre tus calcinados sentimientos.
Pedro García Cabrera