ROPA COLOR DE SUPLICIO
El ay de la ropa blanca
más que gemir por los suelos
me desgarra la calina
en que flota el sentimiento.
Y se me entra por los ojos
con sus arrugados cielos
de calamares oscuros
y nubarrones inciertos.
No importa que los jabones
te sometan a tormento
ni te avecinen mis manos
los armiños del esfuerzo.
Siempre color de garbanzo
y un vago son de oro viejo
como conciencia empañada
de graves remordimientos.
Y aunque mi saña te amase
no logra arrancar el dejo
de la palidez marchita
que te separa del hielo.
Contigo sufro el destino
de bullones macilentos
y tu otoño de tristeza
apaga mis pebeteros.
Y es tu faz lento sollozo
y tus sietes son lamentos
que salpican los afanes
de las yemas de mis dedos.
Con qué redonda sorpresa
me estanca el descubrimiento
de esas lagunas de aire
donde se ahoga mi empeño
de cerrar tus comisuras
con el vampiro de un beso.
Mis puntos y costurones
de cirujano inexperto
te llenan de cicatrices,
zig-zags y garabateos.
Y tu piel descorazona
el puzzle de los remiendos,
que a bordadas zanquilargas
se escoran a sotavento
de los agrios arrecifes
donde sin timón navego.
Y cuando creo domada
la criba de tu universo,
me desalientan, de pronto
en la tarde de tus lienzos,
los caracoles vacíos
de un enjambre de agujeros.
Y mi aguja se abandona
a tus delirios sin freno
mientras le enjugo la hebra
que llora su ojo de acero.
Pedro García Cabrera