LA FLOR DE UNOS MINUTOS
Un azul de cortinas ensancha el pecho de esta isla que convive conmigo
y su dialecto de cobre y ensenadas,
en un tira y encoge de mares monosílabos,
me abre la tenaza de unos valles torneados por carretes de júbilo,
que son muslos de roca, afiladas gargantas y pájaros-limones,
cuando tú te pronuncias en mis palabras
con acento de domingo poblado de campanas y cohetes.
Y las fuentes sonríen sus fondos de húmedos ojos.
Y los torbellinos descansan en las escalinatas de tus mármoles.
Y van los caminos gateando hacia ti con mis brazos y rodillas.
Y es todo un cabalgar de claveles
sobre espigas inclinadas a tús oestes suspirantes.
Muy cerca, un aire ilusionista,
hasta el codo subidas las mangas del frac blanco,
de una copa de olivos atardeciendo verdes,
sacaba una paloma
que restañaba campos, ciudades, océanos, tu río, mi montaña
y aquel sueño polar de golondrinas.
Y todo porque acabo de recibir tu tarjeta postal
de diez alegrías de diamante
del año en que un estuche
recoge los ségundos esponsales de nácar de una perla.
Pedro García Cabrera