A POMPEYA
Dies iræ
Cuando amanezca el iracundo día
que en la mente de Dios leyó el Profeta,
y, al agrio son de la final trompeta,
abandone de Adam la raza impía
ora el sosiego de la huesa fría,
ora los lares de la vida inquieta,
y pase el Juicio extremo, y del planeta
quede la extensa faz muda y vacía,
no será tan horrendo y pavoroso
encontrar por doquier huellas del hombre
y ni un hombre ni en campos ni en ciudades,
como verte, sin vida ni reposo,
desierta y mancillada por tu nombre,
expiar ¡oh Pompeya! tus maldades.
Pompeya 18 de enero de 1861.
Pedro Antonio de Alarcón