Dice que busca un lugar donde la sala no se agusane,
en el centro, una mesa pequeña llena de caracoles
y un vaso con agua inamovible
para recordar el mar.
Un sitio en la acera de enfrente o
al otro lado del río,
donde suerte y dolor lleguen equitativos
con la eutanasia legalizada para lo estorboso
y ventanas grandes, abiertas en el día,
para dejar salir los olores
así, respirar cada noche.
Porque las casas rentadas son fáciles de cargar,
nada se pega
muebles, personas e historias son volátiles,
las sensaciones siguen a quien sale, se esparcen afuera
y el color de las paredes cambia de sólo pensarlo.
Son un amante,
una necesidad o un lugar alterno
para el descanso.
Teresa Esparza Oteo