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Ayer fuimos arena de desiertos lunares,
fuimos bosque que espera los rumores del viento.

Luego nació la era en que se abren las flores,
llegó la primavera con su vértigo eterno.

Fuimos la avena que germina, la naciente alborada,
el tallo que se eleva en busca de la aurora.

Como ángeles indómitos abrimos
nuestra piel al aullido de las olas.

Ciegos, nos embarcamos con rumbo a la aventura,
todo el mar era calma, todo el cielo promesa.

Todo en el horizonte azul era un remanso
sin nubes de alquitrán oscureciendo el alba.

Desde distinto puerto nuestras naves zarparon
cargadas de esperanza, de ilusiones repletas.

Se alejó de la costa nuestro sueño dorado,
mar adentro las olas fueron embraveciéndose.

Navegando entre rocas fuimos perdiendo el rumbo.
La fe de las bodegas se nos fue consumiendo.

La resaca nos trajo veladas decepciones.
La noche se acercaba y el mar era un desierto.

Azotes de la espuma de las playas vacías
fueron preñando el cielo de grises nubarrones.

Hoy todo es abordaje y mar bravía,
todo es fiero oleaje, marejada cruel sobrevenida.

Hoy todo es un relámpago violento y desbocado,
todo un trueno incesante de furia y torbellinos.

Anochece a lo lejos y nada es la respuesta.
¡Sin brújula ni estrellas! ¡Con las velas en llamas!

Hoy somos peregrinos en sendas paralelas
(los estrechos caminos de los sueños perdidos)

Hoy somos los jinetes del agrio desencanto,
las aves que perdieron sus alas en el viento.

¡A la deriva, amor, a la deriva!

Pero el alba se acerca y la tempestad cesa,
se aleja el vendaval hacia nuevos naufragios.

Hay un puerto a lo lejos, nuevas naves esperan
nuestro peso de espiga que aspira a ser paloma.

Nuevas naves celestes ajenas a los restos
de los antiguos sueños ahora desmantelados.

Nuevas naves doradas ansiosas de futuro
sin lastres ni equipaje ni rutas prefijadas.

Es hora de partir, de quemar el velamen
de las viejas goletas que al caos nos guiaron.

Es hora de zarpar, nuestro es el horizonte,
nuestra es la claridad que se derrama.

Es hora de zarpar, todo está en calma.
¡Oh, dulce amor entre las dulces olas!

Sergio Borao Llop


«Poemas quietos»

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