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TREINTA Y CINCO

Longa de Quito, pasta, cara, panzalea; con rasgos incas, shiris y de otras tribus llegadas por mar. Nacida de Atau Hualpa y de extremeños, de rica mezcla desciendo.
Soy Ida Páez, minguera desde el chuco; viajera, comerciante, ciudadana del mundo, estudiosa y tolerante.
La justicia, a cuyo amparo se recurre muchas veces sin resultado, me muestra un solo chaquiñán, un sendero de cabras, ya mire a los palacios de mármol —guagua que come mazamorra en la chacra, el taita patrón es bondadoso— o vaya a basureros donde los sin nada buscan el sobrante, el despilfarro de unos que impide a otros cubrir necesidades.
A veces el soroche es desatino, y el runa en el estanco apura el guarapo: medio pilche de olvido.
La esperanza me nace del instinto, de la combinada sangre, de lo abstracto y lo preciso, del espíritu sociable.
Mas sé que el número cuatro está capacitado para cambiar las cosas, si aceptado un propósito concreto, actuamos cuatro veces cuatro por lo menos.

Cuenca (Ecuador)

Pedro Sevylla de Juana


«La deriva del hombre» (2006)
La aldea itinerante


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