VEINTICINCO
Empujadas por el viento se concentraban las candentes nubes, yendo hacia la individualidad desde la nada; y ya, anhelante, mi tierra se esponjaba.
Se entibiaba el magma y los cuatro elementos forzaban su separación, estaba aún enrollada la alfombra de los
días, la justicia dormía el sueño de los justos y mi tierra en celo esperaba receptiva.
Peñas gigantescas de un rojo muy vivo, vagaban por el espacio sin fondo iniciando los planetas huidizos; el piar de los gorriones ni
siquiera era un proyecto, lo mismo que la blasfemia, la retórica o al quebrantahuesos; y la fecundidad de mi tierra, crecía en silencio.
Se fue abriendo en surcos recipientes, la tierra inerte del principio, y con el aliento humano y el sudor de la frente, nació en ellos
el austero trigo, amanecer de pan y de simiente.
Pedro Sevylla de Juana