DE LA LABOR DEL TIEMPO
(o shock de la memoria)
... entra el tiempo al corazón con saña y hachas vivas y
acampa en él,
lo revienta sin piedad, lo descuaja, lo tira a un vertedero y
allí lo maldice
y escupe, lo mira con desprecio y después se va;
... y con el corazón tirado, con la sangre podrida y los
pájaros picoteando el óxido
donde se tuvo el mar, uno no exige ya vivir, pues uno, entonces, no duda
de que ha muerto; y empiezan a nacerle incluso hierbas, augurios de sal,
de arena y cardos, empieza a silbar por él el viento y a dejarle
cardenillo en los huesos,
señales ciertas con que escruta y va llenando sus intersticios
la soledad;
... así, cuando nace una rosa, uno tiende a ignorar que es en
él donde nace,
pues jura y perjura que su sangre podrida y su mar devastado no existen,
que el tiempo se ha ido y sus hachas ya no pueden herirlo; uno, en su
nada,
tiende a creer que sus manos de muerte no podrán levantar ya la
vida
de los agraces rescoldos del corazón; y aún así,
en su afán por recobrar los
latidos,
se remueve, llora, grita, y desolado recurre a la memoria, y aunque
ésta acude,
sus vestigios de nada le sirven: indolente y
dañada, no recuerda las rosas.
Orión de Panthoseas