LA MISMA VIEJA ESCENA
La ciudad se veía gris y sucia. Quieta y marchita. Por las calles las muchachas caminaban con sus enormes suecos y pantalones oxford como si el tiempo, caprichosamente, hubiera recalado en los fermentales años sesenta. Roger enfundado en su sobretodo negro caminaba sin ver, inmerso en su microcosmos. La luz verde lo obligó a levantar sus ojos, percatándose del cartel que colgaba de lo que alguna vez fue un cine: URUGUAY JESUS TE AMA. Posmodernidad. Globalización. Neoliberalismo. Templo metodista. Milagro. Hizo una mueca que fue un intento de sonrisa. La tarde cedió espacio a la noche. El gris plomizo se fue transformando imperceptiblemente en negro. Los grandes carteles de neón adquirieron protagonismo en la oscuridad. Recordó el Antiguo Testamento. Nuevo intento de sonrisa. Le gustaba ese dios neurótico, autoritario, iracundo, capaz de destruir una ciudad con sólo chasquear los dedos. Un dios hecho a semejanza de los seres humanos. Un dios terrenal que no había podido escapar a la trampa tendida por los mortales. Se preguntó sí el hombre que vociferaba, megáfono en mano, creía en dios o meramente fue contratado por gente que creía creer en dios. "El hombre es el único animal que sabe que va a morir. De alguna forma debe justificar ese absurdo que algunos llaman vida", se dijo mientras encendía el último cigarrillo. Esquivó un charco y cruzó la calle. Pensó en Antonin y LA ESTÉTICA DE LA CRUELDAD.
Y sonrió.
Nelson Díaz