XXI
Las piedras del río admiran los bloques de la catedral
observan desde abajo la cúpula redonda
bien se ve el universo
en la distancia
mascada por la luna
—que recorta soledad en la saliva,—
la espera atiza las hormigas
del estómago.
Los húmedos empedrados de adoquín
a media noche susurran secretos
en las alcantarillas
y el eco se confunde con el rojo
de los semáforos.
Se corta la mitad de la flor,
nada más si arrastra la corriente,
la piedra del río admira los bloques de la catedral
sube y voltea las campanas
de la torre
—todos escuchan en silencio,—
las piedras de los muros se erosionan con el aire
están quietas
cubren sus huecos
con el musgo.
Miguel Ángel Peinador