INSTANTE DE ARENA
A mi padre
I
Era en el sueño la ciudad imprevista
a que llegaba un convoy a toda hora.
En el dormir la vida que jugamos
sin prevenir la brevedad
o postergar el paso
en la inquietante virtud de los espejos.
Las tablillas de Moisés no nos sirvieron,
concluían los talonarios con demoras
volando el sueño más allá de la espera,
y en las habitaciones soterradas otra estación
cuajada con paseantes azules y mimosos como orquídeas,
bordaba su ajetreo.
Esa ciudad del sueño que refleja la muerte
no es otra que un transitar constante en el barranco
en que los relojes quedaron detenidos para siempre,
pero la ausencia sostenida por nosotros
se desborda lanzando desde allí sus carcajadas
sin desmentir nuestra lágrima
aún cuajándose a la altura del vitral de la memoria.
Esa ciudad en que fueron solventados los adioses
contiene el instante tangencial entre dos vidas:
todo en una misma, la del sueño,
y esta otra capaz de resolver de manera imprecisa
a través suyo las separaciones.
Luego el despertar, ese golpe de arena
en los ojos que siguen almacenando nubes.
María Eugenia Caseiro