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NISHAMÁ

«pero mi amado se había ido,
había ya pasado,
y tras su hablar salió mi alma»

Cantares, 5, 6.

Escucha, corazón, escucha sólo,
escucha en el silencio, no pronuncies
ni una sola palabra,
deja ser al amor: él no precisa
ninguna de tus quejas ni de tus confesiones,
él se basta a sí mismo y te sostiene
en todos los vacíos.

      II

¿Dónde has estado, amor, mientras buscaba
tu apariencia carnal?, mientras la espera
lloraba sequedad, cuando tu forma
se esfumaba al tender mis pobres brazos
en la torpe caricia de quien se sabe lejos
en la rara fragancia
que inunda los desiertos que fecundas.

      III

Yo nada espero, amor, yo nada pido
pues formo parte tuya, y aun las aguas
me devuelven tu risa, tan secreta.

      IV

Vas trazando la estela de mis viejas heridas,
vas tejiendo en secreto mi soledad más honda.

      V

No me juzgas, amor, ¿cómo podrías?,
tus pasos y tu aliento bendicen los errores

      VI

Buscarte no es faena ni solaz de mis horas.
Estás en todas partes, aunque no olvide nunca
el frío de mi lecho.

      VII

Quiero la indecisión y la tristeza
para vestir mis noches,
quiero la indefensión y el egoísmo
para adornar mi pelo.
Regálame el dolor de esta existencia,
tu cólera y tus lágrimas
para tejer con ellas mi corona de novia.

      VIII

Eres, amor, el don fuerte y sagrado
que me hace posible.

      IX

Te abrazo en el silencio,
beso tu voz, tus sueños, tu aliento, tu mirada,
beso el tiempo que amante me concedes,
beso tus ademanes
y los presentimientos dolorosos
que enturbian mis instantes.

      X

Y por fin estoy grávida:
mi cuerpo incuba el canto
que engendró tu simiente,
el que me hará volver desde mil puntos
a Sefarad bendita,
el que me sostendrá hasta el tan lejano
final de mi destierro.

Lourdes Rensoli


«Diwán del claroscuro» (1995)

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