A Edith
Eres la bella, la sudadera atada a la cadera.
Eres el andar ligero, la pluma traviesa
que divide el aire que recorre.
No sé dónde empieza el día ni sé dónde acabas tú.
Viene la aurora, te reconozco entre el azul
que alegra callejones.
Eres la voz suave, la sonrisa tenue y delicada.
Eres la brisa, viajera serena y templada
que canta entre las hojas de los bosques.
Llega, presurosa, otra vez la tarde
y partes de cielo, tímida como el ave
que deja mosaicos estelares por las noches.
Eres la nube calmada que encierra la tormenta.
Eres la gota nunca somnolienta
que siempre parpadea relámpagos veloces.
El sol florece con sus ramas rojas,
ya sin el suspiro debajo de sus hojas
que alguna vez fue de ruiseñores.
Jorge Antonio Pérez Hernández, 3 de noviembre de 2002