SIEMPRE AMANECE
Cuantos sueños guardamos, en espera
del verano, de los arcos lunares
y el almendro, asomado a tu ventana.
Fuimos como un eclipse que ciega
y de nuevo abre, un mundo, al morir.
Hasta la indolente aldaba, aliviada
por tus interminables ausencias,
enmohecía, como el pan y la pena.
Los titubeos de tus suaves huellas,
y los trazos de tus leves caricias,
fueron, como la espiga, alimento
y turbador inicio de la distancia,
del delirio, del amor excesivo.
Rozamos los bordes de lo eterno
desde el vértigo de tu espalda
hasta la fuga en el umbral del tiempo.
Mientras, amanecía en tu lecho
irreverente, y la profecía
tomaba, escanciada, nuestra vida.
Fue nuestro amor y sus ritos atávicos.
Asumimos que hay senderos celestes,
y esparcimos nuestros egos, pájaros
sin alas, agobiados.
Pero sabemos que alguien nos espera
más allá de estas dudas.
Qué más da cómo. Siempre amanece.
José Garés Crespo