TIEMPO EXTENDIÉNDOSE
Como heladas estrellas
formando caminos bifurcados,
hendiendo el imposible de las cansadas sombras,
así eran nuestros labios.
Dolor que se alojaba insensitivo,
en el punto que cruzan con galope grisáceo
cinco litros de sangre.
¡Atiende...¡ Ruego inmóvil... Veraz...
casi apagado!
¡Atiende!
¡Ya he muerto!
¿Acaso no leíste mi obituario?
La cigarra intermitente, su estridencia...
cipreses en el atrio de la iglesia,
y yo con tu figura entre mis manos.
El golpe adherido a los reactores
va fustigando tantos decibelios
¡Que hacen un pandemónium!
¡Paz...!
¡Quiero paz!
Mi grito es tragado por un ruido
más denso y angustioso que el olvido.
Mi grito entre tú y yo,
¡Mi último grito!
El sueño del azahar,
viene a buscarme
con zureos de paloma.
Luego...
te extingues de improviso
como luz inocente,
tragándote las sílabas deformes
que pronuncia la gente.
He agobiado mi vida
con viajes ingenuamente tristes,
con tallados informes, en pueblos azufrosos,
y con labios hostiles.
En las húmedas rosas
he dejado los versos
temerosos de inviernos,
y heridos por la voz
de un conjuro de pájaros.
He ido malhumorado
gimiendo en las estancias
y pastando en los cuerpos
extendidos como alas de milagros.
Pero yo,
como el tiempo...
¡Sé asimilar estragos!
Humberto C. Garza