EL RARO
Lo llamaban “raro” sus propios amigos
cuando por la noche llegaba hasta el bar
con cara de haberse fumado tres porros,
taciturno y serio, sin ganas de hablar.
Ninguna muchacha le dio nunca un beso,
en ninguna fiesta se le vio bailar;
tomaba una copa y, a la medianoche,
ya sin esperanzas, tomaba diez más.
Después del trabajo, cuando atardecía,
paseaba lento por el olivar
y en sus ojos negros y tristes brillaba
la melancolía de la soledad.
Lo llamaban “raro” porque era distinto,
porque a nadie dijo jamás su verdad,
pero algunas veces, después de chisparse,
cuando estaba solo, se echaba a llorar.
Gonzalo Pulido Castillo