LOA DEL AMOR Y DE LA AMISTAD
Un hombre soy que con morosa flema,
andando por las sendas de este mundo
los zuecos de mi vida he desgastado,
por esos valles, refugios de mil brumas,
tapiz de espinas y de guijarros duros.
Y es que con ansia, por el cieno exploro
un verde prado donde hallar descanso
y solazar mi corazón en calma,
bajo la espesa y bien tupida fronda
de un abedul florido y perfumado...
Quiero que al sueño me transporte el trino
de los inquietos y oportunos pájaros
que, sin herir los tímpanos, no inquietan
ni al hombre le amedrentan y atenazan,
ni se asemejan al feroz tornado.
Temo a los temporales. Sus reflujos
con persistentes idas y venidas
de sus burbujas locas y sonoras,
flagelan crueles mis acantilados
con la rudeza de un castigo eterno.
Con ansiedad de gozo voy buscando
el arenal tranquilo de los mares
que no turbe a las playas y su orilla,
sin abundar en zarandeos crispados,
recias resacas se hayan sosegado.
Que no me vuelque yo, ya inerte y gélido,
en los jergones de las largas nieves,
ni el yerto escalofrío del desprecio,
cual duro canto se albergue en mi costado
a modo de guijarro apelmazado.
Ni se tapien las puertas de mi casa,
con valvas duras de tenaz acero,
para el que elija mi oportuna cita,
encuentre la amistad en el regazo
de mis lares calientes y acolchados.
Que cuando la amistad se enseñorea
del prado ameno, distraído y claro,
¡cuan grato lo comparten los mortales,
sin la siniestra cerrazón de sombras,
que les oculta el sol con sus mil rayos!
Los vientos del consenso se armonizan,
cual hálitos de aromas embriagantes,
sin bruscos huracanes, moderados,
y al aposento de este mundo embrujan,
al bienoliente polen emulando.
Las calles y las plazas del encuentro
sean lechos de placeres y arrumacos,
cadenas de un abrazo estimulante,
sin que esos lazos, que las carnes ligan,
se tomen en incómodos candados.
Si al fuego de la carne y del aprecio
le espanta unirse al hielo destemplado,
cuando es mutuo el fervor de los amantes,
resurgen llamaradas luminosas,
y en piras de un amor se prenden ambos.
Y el clima, que se crea en la ternura,
quimera al corazón en paz le han dado,
tomándose, por fin, en la aura pura,
y aquéllos, que en amor juntan sus almas,
la inhalan ya tranquilos y sedados.
Francisco Croché de Acuña