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EL CALENDARIO PROHIBIDO
CANTO FINAL

Soy hijo del desierto imperturbable
y de los glaciares tempestuosos del sur,
donde el océano con su copa es infinito
y la afilada parcialidad de mis versos,
en las noches sin estrellas,
sube al tacto de las paredes industriales,
como un crimen terrible,
para hablar sobre otro olvido
y otra paz mezquina.

Yo soy de la América magistral,
donde alguien se hace lámpara y desaparece
y la oscuridad baja a las chozas y cubre
los enroscados bultos de los seres que duermen,
hasta que el olvido enciende otras luces,
en un implacable rito de libertad circular.

En la palma de este paisaje,
en mi patria prisionera de sus soldados,
donde me odian por decreto;
desnudos acueductos, suspendidos
sobre la dormida piedra glacial,
todavía cubierta de cenizas,
cabalgan con el origen de la vida;
no perturban el impávido ojo del hombre
ni la extraña risa del niño esclavo,
que retorna al círculo de la muerte
para besar los sumergidos caudales.

¡Del amor al amor!
Yo insisto en sus manos y nuestros besos
prohibidos por otros odios.

Fue posible tallar las praderas del espacio,
describir el color de tus ojos dormidos,
y en esa múltiple concavidad de abismo,
dejar para siempre el tacto de nuestras vidas:
Mujeres redondas como una usina suculenta
y hombres sin oficio, cubiertos de desamparo,
sonríen a la redonda caricia del viento
y se pasman de las alturas de la biología.

Alguien grita
en el Congreso Nacional de Chile
y dice que miento.

La lluvia con su armamento mojado, cae
sobre los estantes de las ciudades que duermen,
cae sobre el corazón de seres desnudos,
despeña sobre el nervio cansado que se dilata y,
entre los escombros de estas altitudes urbanas,
niños caminan bajo el temor del hombre,
que por las noches limpia las ciudades:
los mata.

¡Miro lo que ha quedado,
lo que dejan,
lo que abandonan!

Grandes sabios con sus matemáticas esferas
tiemblan ante las lágrimas de un antiguo pensador
mientras el marfil con su óxido de ámbar se deshoja,
y el otoño con su navegado armamento de vacío,
por las sombras trepa a los pechos de América,
al ojo que nunca vio mas allá del muro, y muere
soñando que algún día despertarán los sabios
que no son capaces de descifrar la esclavitud.

En mi destierro de aire y de memoria,
me asilo en los depósitos de la distancia
de una gran silueta del atardecer.
Yo me encadeno a multitud de pasos
vedados por señores cubiertos de títulos,
que cantan extrañas canciones
y en nombre de todo lo prohibido,
inconsolables, hablan de la paz.

¡Matando,
ellos construyen vastos imperios
perfectos!

De pronto, ya no existes.
Nadie te ve, pero aquí estás:
la sonoridad de los bosques
con sus párpados y jambas de hojas
canta sobre la nunciatura de la clorofila
con su aceitado engranaje verde,
y el hambre de los pobres continúa con su acento,
alimentando de imágenes solemnes
el discurso de los grandes humanistas.

¡El poeta es una lámpara
o un ojo encendido!

Mueren los ríos con sus redondos anaqueles
y la memoria de caudalosas naciones
prohibidas desde el origen y lentas
desaparecen consumidas por la codicia,
asfixiadas por los tendones de la tecnología
de los extendidos circuitos fluviales.

¡En las palmas de una oscura copa
se estancan los arrecifes de la vida!

Dentro de un cuarto sin luz
puede habitar una flor opaca
con toda su catedral de verticilos nupciales.
Ahora, no te atormentes más, pensando
en la libertad que allí te quitan:
al mirar a otros ojos prohibidos,
serás una danza en la multitud.

¡Ellos son
así!

Elías Letelier


Elías Letelier

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