DADME EL YELMO Y LA ESPADA
Dadme le yelmo y la espada
que quiero defender a una doncella
que anda por este mundo deshonrada.
—¿Pero, hijo mío, no ves que no se estila
ni el yelmo, ni la espada?
¡Que no son tiempos de esas armas blancas!
¡Solo de atómicas muy sofisticadas!
¿Para qué quieres un yelmo tan antiguo?
¿A quién podrás herir con esa espada?
—El yelmo es para defenderme de la envidia,
único mal terrible que me espanta,
herencia de los siglos que en la cuna
se hereda y se amamanta.
La espada existencial de limpio filo
y acero espiritual que corta y saja
es para aniquilar las mil cabezas
de un gran dragón que a las princesas mata.
¡El yelmo es la paciencia y la palabra
es la espiritual y fina espada!
—¿Y quiénes son esas doncellas tristes,
desnudas, deshonradas que me hablas?
—Son la JUSTICIA y la VERDAD, desnudas,
sin cadenas, ni hierros que las atan.
Un gran relincho sofocante escucho.
Trote agitado en la noche estrellada
y Rocinante pasa cabalgando
entre espesas tinieblas enlutadas.
Monto sobre él, me pongo la armadura.
Blando en el viento la celeste espada
y comienzo a recorrer el ancho mundo,
defendiendo a las princesas deshonradas.
Carlos Etxeba
Queda prohibida la reproducción pública (total o parcial) de cualquiera de estas publicaciones por cualquier medio o procedimiento sin la previa autorización por escrito del autor. Para representar las obras se ruega comunicar a la Sociedad General de Autores de España (SGAE) Departamento Artes Escénicas. Número de asociado 37.019