VIENTO MÍO
Viento mío, no me dejes nunca solo,
sopla siempre a mis pulmones
y háblame callando, como sabes tú,
siempre al oído
con una sinfonía de sonidos apagados.
Necesito la compañía silenciosa
de tu orquesta de saxofones mudos,
cuando conversas silencioso
en las frondas de los árboles,
mientras reverberan destellos luminosos las hojas encendidas.
Rompe siempre, viento mío, cuando pasas
los tesoros de la lluvia que amamantas
en sus líquidas entrañas.
Rompe en jirones las nubes,
abre al sol sus puertas amplias
y en las noches solapadas
déjame ver la dulzura de sus estrellas lejanas.
En tu idioma sincopado de sonidos metafísicos
cuéntame lo que pasa al otro lado del mar y de los montes,
lo que pasa allá en la nube,
allá en la luna
que me mira sin hablar, ensimismada.
No me dejes de cantar tu canción desesperada,
cuando empujas las nubes esclavizadas
y las llenas de borrascas
mientras protestan las olas que cabalgan.
Viento del bosque,
que diriges sinfonías sobre el atril de las ramas,
no dejes de acunarme con murmullos del arroyo,
con perfumes de las flores,
con caricias de las fuentes
que de tus brazos se escapan.
Y si alguna vez te enfadas con razón, viento del norte,
no nos fustigues demasiado con tu látigo de plata.
Mira que somos chiquillos que juegan a ser grandes,
imitando tus hazañas.
No merecemos justicia, solo compasión y lástima.
¡Viento inmenso de los cielos,
la grandeza de los astros se posa ante tus plantas
y la humillas despiadado, pisoteando sus ansias!
Por eso cuando en la noche te asomas por mi ventana
y siento tu cabellera de caricias, cuando cantas,
pido a Dios que nos consueles
con aliento de esperanza.
Carlos Etxeba
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