Seguir bebiendo de tu pócima ya no quiero;
tu brebaje mágico en mi boca se atraganta;
el aire ya se agolpa estancado en mi garganta;
me asfixia lo denso y dañino de tu veneno.
Guiarme por el rayo que me ciega ya no puedo;
esa luz de tus astros desprendida que me arrastra
a la negrura extensa y húmeda que me empapa
de la tiniebla agria y podrida en que me quedo.
Mas aunque el ave errante sola vague;
aun rajada la carne y reventada en venas,
dolor no es ya lo que escupen sus heridas,
pues chorreando las entrañas mugre y sangre,
y desplomada exhausta sobre la fría piedra,
dolor ya no es lo que siente, no... es Ira.
Ana Rodríguez